Cortés, Hernán

Jul 1, 2021
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Niñez, educación y primeras experiencias

CORTÉS Y LA CONQUISTA DE MÉXICO

EL LEGADO DE CORTÉS

BIBLIOGRAFÍA

Hernán Cortés es más conocido como comandante de la conquista española de México. Su vida revela las dimensiones humanas, políticas e intelectuales del imperio americano de España y el uso de la historia en la configuración de la comprensión de esta empresa colectiva.

INFANCIA, EDUCACIÓN Y EXPERIENCIA TEMPRANA

Como suele ocurrir en las biografías de los héroes hechos a sí mismos, los escasos datos de la juventud de Cortés han sido suplantados por la especulación para inventar el linaje, la formación y la experiencia que corresponden a los llamados hombres singulares del Renacimiento.

Cortés nació en 1485 en Medellín, una pequeña ciudad junto al río Guadiana en Extremadura. Sus padres eran hidalgos pobres (miembros de la baja nobleza), a los que los biógrafos atribuirían ilustres antepasados, célebres por su heroísmo y su saber. A los catorce años, Cortés fue enviado a aprender latín con el marido de la hermanastra de su padre en Salamanca. Estos estudios preparatorios han sido malinterpretados y, desde 1875, cuando se publicó la Historia de las Indias de Bartolomé de las Casas (c. 1560), otros han repetido su creencia de que Cortés era licenciado en Derecho por la Universidad de Salamanca. Sin embargo, Cortés regresó a su casa después de dos años, por lo que el acontecimiento decisivo en su educación fue más bien un aprendizaje con un escribano en Valladolid, de quien aprendió las habilidades utilizadas en el Caribe y más tarde en sus propias cartas, informes, edictos y escritos.

Cortés partió de España en 1504, desembarcando en La Española, el centro administrativo de la colonia española y único asentamiento permanente hasta 1507. Recibió una pequeña encomienda (concesión de tierras con derecho a mano de obra nativa) del gobernador Nicolás de Ovando y fue nombrado notario de la recién fundada ciudad de Azua, en el sur de la isla, zona sometida con su ayuda. Debido a que un absceso en el muslo (quizás sífilis) impidió a Cortés unirse a la malograda expedición de 1509 de Alonso de Hojeda y Diego de Nicuesa a Darién y Veragua, permaneció en Azua hasta 1511, cuando se enroló en la conquista de Cuba, sirviendo a su jefe, Diego Velázquez, como secretario más que como soldado.

Los años de notario de Cortés le habían hecho ganar aliados y le enseñaron el funcionamiento de la colonia en un momento clave de su existencia. En 1509, el hijo de Cristóbal Colón, Diego Colón, había sustituido a Ovando como gobernador, impulsando la colonización de las islas vecinas. Justificadamente receloso de las ambiciones de Colón, el tesorero real Miguel de Pasamonte reclutaría a Cortés para que informara sobre la conquista de Cuba, servicio que Cortés desempeñó hábilmente sin enemistarse con Velázquez. A pesar de este descuido, la demanda de exploraciones creció en los años siguientes debido a la afluencia de colonos y al precipitado declive de la población nativa de La Española. Las conquistas de Puerto Rico (1508), las Bahamas y Jamaica (1509), y Cuba (1511) sólo aliviaron temporalmente esta escasez de mano de obra, e hicieron aún menos para satisfacer las ambiciones de los colonos de Europa.

Este estado de cosas se complicó aún más por las protecciones cedidas a los amerindios bajo las Leyes de Burgos de 1512, la devolución de Colón a España en 1514, y la muerte en 1516 de Fernando II de Aragón, que había gobernado Castilla y sus posesiones de ultramar como regente tras la muerte de Isabel I en 1504. En medio de la incertidumbre y de las pretensiones contrapuestas de autoridad legítima y efectiva, el gobernador de Cuba, Diego Velázquez, trató de adelantarse a sus potenciales rivales organizando una expedición a las tierras inexploradas del suroeste de Cuba, de las que ya se había informado en 1506, y especialmente desde el viaje de Vasco Núñez de Balboa en 1511. Para ello, en 1517 se embarcó una pequeña flota bajo el mando de Francisco Hernández de Córdoba y, cuando este grupo informó del hallazgo de una tierra rica (la península de Yucatán) con una población avanzada y urbana (los mayas), se envió otra flotilla al mando de Juan de Grijalva en 1518. Aunque esta expedición encontró resistencia armada, se consideró un signo de orden social y político, conclusión reforzada por la artesanía de los artículos obtenidos en el comercio y por las historias de una gran tierra llamada México. Con esta información, traída antes del regreso de Grijalva por un barco con los heridos más graves, Velázquez exigió el consentimiento formal para colonizar a los frailes jerónimos que representaban a la Corona en La Española, y a la propia Corona en España. Mientras esperaba una respuesta, Velázquez trató de avanzar en su reclamación del título de adelantado (gobernador militar y civil de una provincia fronteriza) lanzando una misión mucho más amplia, ostensiblemente para buscar a Grijalva, que de hecho había regresado, y también «para investigar y conocer el secreto» de cualquier nueva tierra descubierta (Documentos cortesianos, vol. 1, p. 55). 1, p. 55).

Es posible que Velázquez conspirara para que esta expedición desafiara sus órdenes de no poblar estas nuevas tierras, en la medida en que Las Casas informó que más tarde reprendió a Grijalva «porque no había incumplido su instrucción» al respecto (Las Casas 1965, vol. 3, p. 220). En cualquier caso, Velázquez no previó la desobediencia que iba a mostrar Cortés, a quien hizo su capitán. Los motivos de Velázquez para nombrar a Cortés no están claros, pues aunque Cortés había servido a Velázquez y podía comprometer recursos, era un espíritu independiente; aunque era querido y respetado, no tenía fama de soldado. La dificultad de ocultar el regreso de Grijalva y la incertidumbre de las lealtades de Cortés explican conjuntamente la premura de la partida de éste, que se produjo el 18 de febrero de 1519, con seiscientos soldados y marineros en total.

CORTÉS Y LA CONQUISTA DE MÉXICO

Desde el inicio de la expedición hubo tensiones entre los hidalgos con posesiones en Cuba, leales a Velázquez, y otros que esperaban mejorar su suerte apoyando a Cortés. El viaje a lo largo de la costa de los actuales estados de Yucatán, Campeche y Tabasco confirmó la civilización y la riqueza de estas tierras, y proporcionó un medio esencial para su eventual conquista: un náufrago español cautivo de los mayas, Gerónimo de Aguilar, y una nativa de habla náhuatl esclavizada en Tabasco, Malinche (Malintzin o Marina). Traduciendo en tándem y más tarde de forma independiente, permitieron a los españoles comunicarse y recabar información.

Un hecho clave aprendido fue que muchos de los pueblos sometidos a los mexicas (nahuas o aztecas) estaban profundamente resentidos por el tributo que se les imponía, y que otros, como la ciudad-estado de Tlaxcala, estaban en guerra. Cortés explotaría astutamente estas divisiones étnicas y regionales, que persistían bajo el dominio español, pero primero necesitaba liberarse a sí mismo y a sus tropas de la comisión recibida de Velázquez para poder reclamar el beneficio de su esfuerzo. Para ello, se encargó de fundar la Villa Rica de la Vera Cruz y de que su cabildo revisara la legitimidad de las órdenes de Velázquez. El informe enviado a España con un impresionante cargamento de botín el 10 de julio de 1519 fue firmado por este cabildo, pero lleva el imprimatur de Cortés en su estilo y contenido. Describiendo a Velázquez como un tirano interesado, afirma que la voluntad colectiva de los súbditos de la Corona que residían en la tierra era la de ayudar a su nación y a su fe estableciéndose allí, para que pudieran conducir a su pueblo de los ritos aborrecibles a la religión cristiana. Para ello, los colonos sólo responderían ante la Corona y habían implorado a Cortés que fuera su capitán. No convendría que Cortés relatara estas acciones, en las que se dice que no se rebeló sino que consintió las legítimas demandas de sus súbditos; es poco probable que Cortés enviara una carta propia, como él y otros han afirmado.

Desembarcando y hundiendo sus barcos para que nadie pudiera volver atrás y los marineros se convirtieran en soldados, Cortés se dirigió tierra adentro hacia la capital mexicana de Tenochtitlán con aproximadamente 15 jinetes, 400 soldados de a pie y más de 1.300 indios totonacas. Afirmando ser aliado o enemigo de los mexicas de acuerdo con las lealtades de los encontrados, Cortés se dirigió primero a Tlaxcala y luego a Cholula, negociando una alianza con los primeros tras una serie de escaramuzas, y derrotando a los segundos en parte gracias a la información obtenida a través de Malinche, que advirtió que los cholultecas habían preparado una emboscada, a pesar de las protestas de amistad. Aquí, como más tarde, Cortés utilizó el castigo ejemplar para dar a conocer el coste de la traición, ejecutando a varios miles de cholulanos como advertencia para los demás. Aunque efectivo, este acto fue condenado en años posteriores por rivales políticos y críticos.

El 8 de noviembre de 1519, los españoles fueron recibidos por Moctezuma II en la ciudad de Tenochtitlán. Aunque impresionado por el esplendor de la ciudad y el control de Moctezuma sobre un imperio tan vasto y diverso, a Cortés le preocupaba lo que pudiera ocurrirle a sus fuerzas, amasadas en una isla en un lago, si este control flaqueaba, como efectivamente ocurrió. Cuando partió para hacer frente al desafío que suponía para su autoridad una armada enviada por Velázquez, se desataron las hostilidades, de modo que a la vuelta de Cortés, el 24 de junio de 1520, la lucha era tal que el propio Moctezuma, prisionero de los españoles, no pudo sofocarla. Los relatos de estos hechos y de la muerte de Moctezuma unos días después difieren, atribuyendo la culpa o bien a la codicia de los españoles, que supuestamente ordenaron una celebración en el templo principal para masacrar a los guerreros mexicanos, o bien a la traición de los mexicas, que supuestamente aprovecharon este hecho para armar un ataque. En cualquier caso, los españoles se vieron obligados a huir de Tenochtitlán durante la noche del 30 de junio (la noche triste), perdiendo más de la mitad de sus fuerzas y casi todo el botín. Estas pérdidas recayeron sobre todo en las tropas recién reclutadas, con promesas y amenazas, entre los hombres enviados a arrestar a Cortés por Velázquez.

Escapando con más bajas a Tlaxcala-que recibiría privilegios especiales por su lealtad en parte interesada: exenciones de impuestos, el derecho de sus ciudadanos a montar a caballo y a usar el título honorífico de Don -Cortés comprendió que la retirada hacia la costa y hacia Cuba o La Española era imposible dada la dudosa legalidad de su condición de Capitán General de las fuerzas españolas, que, aunque Cortés no lo supiera, Carlos V había dejado sin atender tras recibir la carta del cabildo y los delegados. Así pues, Cortés inició los planes para retomar Tenochtitlán, reunió a sus aliados y a sus tropas (que, tras la derrota sufrida en la noche triste, incluían a los más decididos y aguerridos de los que anteriormente estaban bajo su mando), y escribió al rey el 30 de octubre de 1520, asegurando el éxito, al tiempo que culpaba de la derrota a la intromisión de Velázquez, que, según él, había desviado sus energías en un momento crucial, socavando su mando sobre los españoles y su estatura a los ojos de los mexicas.

Esta carta es clave para entender la conquista en su conjunto. Aunque fue diseñada para reforzar la pretensión de liderazgo de Cortés -por ejemplo, al reconstruir los eventos fortuitos como evidencia de su previsión y del favor de Dios, o al narrar las acciones exitosas en primera persona del singular- también saca a la luz las diferencias entre las tácticas principalmente políticas de la primera marcha a Tenochtitlán y los medios violentos finalmente utilizados en su conquista militar. La imagen expuesta en esta carta de un enemigo aparentemente desconcertado por la tecnología (barcos, armas de fuego y de hierro), los caballos, la guerra psicológica y la capacidad de Cortés para anticiparse a todos los movimientos de Moctezuma y, además, utilizar la retórica y sus propias creencias irracionales contra él -en particular, la idea de que los españoles habían sido enviados por el dios Quetzalcóatl, una idea que, de hecho, se haría vigente sólo después de la conquista como justificación de la derrota- ha llevado a suponer la superioridad cultural. Además, ha hecho que se descuiden las dificultades que encontraron los españoles después de su entrada inicial en Tenochtitlán y especialmente después de la noche triste. La introducción de enfermedades como la viruela, a la que los amerindios carecían de inmunidad, ciertamente afectó a los dos bandos por igual.

Las ventajas citadas por Cortés en su informe al rey podrían haber sido decisivas si la conquista hubiera sido rápida; pero, como perduró, los mexicas fueron capaces de idear contramedidas. Incluso cuando Cortés ordenó la construcción de trece bergantines para transportar tropas y atacar Tenochtitlán desde el agua, donde sus defensas eran más vulnerables, los mexicas estaban cavando trincheras armadas con palos de punta afilada y lanzas capturadas para matar o cohibir a los caballos de los españoles. También los mexicas hacían gala de sacrificar y canibalizar a los españoles apresados en la batalla para aterrorizar a sus camaradas, tal y como éstos habían utilizado antes las armas de fuego, los caballos y los perros para aterrorizarlos. La consecuente persecución de cautivos para el sacrificio resultaría costosa para los mexicas en la medida en que permitió a Cortés y a otros de su compañía escapar de la muerte en varias ocasiones. Por esto y por el número mucho mayor de combatientes mexicanos -a pesar de la bienvenida llegada de refuerzos mientras estaba en Tlaxcala, Cortés informa que en el asalto final a Tenochtitlán sus fuerzas comprendían apenas 700 infantes, 118 mosqueteros y ballesteros, 86 jinetes, 3 cañones, 15 cañones de campaña y un número no especificado de combatientes y portadores nativos, aparentemente menos de los que lo habían apoyado en su entrada anterior- Cortés se vio obligado a abandonar su intención de tomar la ciudad sin destruirla.

A pesar de más de dos meses de asedio, que comenzó el 30 de mayo de 1521, los mexicas, aunque visiblemente hambrientos, se negaron a rendirse, lo que llevó a los españoles a arrasar la ciudad sector por sector para maximizar el efecto del cañón y privar a los mexicas de cobertura para el ataque. Consternado por la devastación de estos últimos días y sus secuelas, durante los cuales poco se hizo o se pudo hacer para contener a las fuerzas tlaxcaltecas, Cortés comentaría en su tercera carta a la Corona (15 de mayo de 1522) «Fueron tan fuertes los lamentos de las mujeres y de los niños, que no hubo un solo hombre entre nosotros cuyo corazón no sangrara al oírlos; y, en efecto, nos costó más trabajo evitar que nuestros aliados mataran con tanta crueldad que combatir al enemigo. Porque ninguna raza, por muy salvaje que sea, ha practicado jamás una crueldad tan feroz y antinatural como los nativos de estas partes» (Cortés 1986, pp. 261-262). El 13 de agosto de 1521, Tenochtitlán y su nuevo líder, Cuauhtémoc, se rindieron.

EL LEGADO DE CORTÉS

Aunque Cortés reorganizó y gobernó el territorio conquistado, rebautizado como Nueva España, hasta 1528, y dirigió otra expedición, esta vez desastrosa, a Honduras (1524-1526), sus últimos años, hasta su muerte en 1547, los pasó en relativa oscuridad. Sus acciones en la exploración de la costa del Pacífico hacia el norte en busca de las legendarias riquezas de Cíbola (1532-1536) y en apoyo de Carlos V en el infructuoso asalto a Argel (1541) muestran a un hombre con el espíritu roto. Es revelador que los escritores de los siglos XVI y XVII celebren el papel de Cortés, no como comandante militar, sino como instrumento de Dios, liberando al Nuevo Mundo de la idolatría y extendiendo el imperio de la fe católica en oposición a Martín Lutero, de quien dijeron erróneamente que había nacido en el mismo año. Aunque esta imagen se ha desvanecido de los relatos modernos, sustituida por la del príncipe despiadado de Maquiavelo, la audacia de las hazañas de Cortés no lo ha hecho. Por esto y por la fuerza de su discurso, las cartas de Cortés a la Corona son de lectura obligada para los estudiosos de la sociedad renacentista.

BIBLIOGRAFÍA

Obras primarias

Cortés, Hernán. 1986. Cartas de México. Trans. y ed. Anthony Pagden. Introd. John H. Elliott. New Haven, CT: Yale University Press.

Obras secundarias

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Clendinnen, Inga. 1991. «Crueldad feroz y antinatural: Cortés y la conquista de México. Representaciones 33: 65-100.

Díaz del Castillo, Bernal. 1908-1916. La verdadera historia de la conquista de la Nueva España por Bernal Díaz del Castillo, uno de sus conquistadores. Trans. Alfred Percival Maudslay. 5 vols. Londres: The Hakluyt Society.

Documentos cortesianos. 1990-1992. Ed. José Luis Martínez. 4 vols. Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México y Fondo de Cultura Económica.

López de Gómara, Francisco. 1964. Cortés: La vida del conquistador por su secretario, Francisco López de Gómara. Trans. Lesley Byrd Simpson. Berkeley: University of California Press.

Martínez, José Luis. 1990. Hernán Cortés. Mexico City: Universidad Nacional Autónoma de México and Fondo de Cultura Económica.

Ramos, Demetrio. 1992. Hernán Cortés: Mentalidad y propósitos. Madrid: Ediciones Rialp.

David A. Boruchoff

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