El oído externo, formado por el pabellón auricular, la concha y el meato auditivo, recoge la energía sonora y la concentra en el tímpano, o membrana timpánica (Figura 13.3). Una de las consecuencias de la configuración del oído externo es que aumenta selectivamente la presión sonora de 30 a 100 veces para las frecuencias en torno a los 3 kHz. Esta amplificación hace que los seres humanos sean especialmente sensibles a las frecuencias de este rango, y también explica por qué son especialmente propensos a las lesiones acústicas y a la pérdida de audición cerca de esta frecuencia (véase el Recuadro A). No es de extrañar que la mayoría de los sonidos del habla humana se distribuyan en el ancho de banda en torno a los 3 kHz. La mayor parte de la comunicación vocal se produce en el rango de los kHz bajos porque la transmisión del sonido aéreo es menos eficiente en las frecuencias más altas, y la detección de las frecuencias más bajas es difícil para animales del tamaño de los humanos.

Figura 13.3

El oído humano. Obsérvese la gran superficie de la membrana timpánica (tímpano) en relación con la ventana oval.

Una segunda función importante del pabellón auricular y de la concha es la de filtrar selectivamente diferentes frecuencias sonoras con el fin de proporcionar indicios sobre la elevación de la fuente sonora. Las circunvoluciones del pabellón auricular tienen una forma tal que el oído externo transmite más componentes de alta frecuencia de una fuente elevada que de la misma fuente a nivel del oído. Este efecto puede demostrarse grabando sonidos de diferentes elevaciones después de que hayan pasado por un oído externo artificial; cuando los sonidos grabados se reproducen a través de auriculares, de modo que toda la serie se encuentra a la misma elevación con respecto al oyente, las grabaciones de elevaciones más altas se perciben como procedentes de posiciones más altas en el espacio que las grabaciones de elevaciones más bajas.